Fenómenos de la región. Y acto seguido, sobre ese colchón de franela que le envolvía el estómago y vientre, mi gigante se endilgó un camisetón de lana, exclusivamente útil para ir al polo; pues en otra región lo haría sudar a un esquimal. Es agarradora, fina. Usted se sienta, y se está bien sentado, sobre todo si al lado se tiene una pebeta. Terminaba a las seis de la tarde de hacer gimnasia en la Yumen (Y.M.C.A.) y estaba en el salón de armarios, cuando un tío enormemen¬te grande comienza a desvestirse a mi lado. Silla cordial de la puerta de calle, de la vereda; silla de amistad, silla donde se consolida un prestigio de urbanidad ciudadana; silla que se le ofrece al «propietario de al lado»; silla que se ofrece al «joven» que es candidato para ennoviar; silla que la «nena» sonriendo y con modales de dueña de casa ofrece, para demostrar que es muy señorita; silla donde la noche del verano se estanca en una voluptuosa «linuya», en una char¬la agradable, mientras «estrila la d’enfrente» o murmura «la de la esqui¬na».
Silla donde se eterniza el cansancio del verano; silla que hace rueda con otras; silla que obliga al transeúnte a bajar a la calle, mientras que la señora exclama: «¡Pero, hija! ocupás toda la vereda». Desgarrando el malvado sirviente de Rosas la paz de las familias con el puñal que este monstruo había puesto en sus criminales manos, lo sepultaba en el corazon del padre, atropellando los respetos de la esposa y hundiendo en el abismo de la miseria à los pequeños é inocentes hijos, les robaba escandalosamente los bienes que adquiridos con el sudor y privaciones del padre debian servirles para mitigar en un tanto, los dolores de la horfandad- De este modo D.Blas de Aguilar alcanzó como otros muchos criminales una fortuna colosal. Usted hubiera abierto los ojos como platos, aunque fuera indiscre¬to, ¿no? ¿No tendrá usted calor al hacer ejercicios con esa franela? ¿No? Era una temperatura como para refugiarse en un «bungalow» y buscar media docena de bayaderas para que con plumeros le hicieran fresco a uno. ¿Quién no se para a saludar? Pero ¿quién es él por vida de mil santos? En un quicio de puerta, puerta encalada como la de un convento, él y ella.
Ni el hato queda por ahí, ni las personas que nombra son todas como usted piensa, ni mis caballos bienes mostrencos. Y se queda un rato charlando. Si usted conociera los entretelones de la literatura, se daría cuenta de que el escritor es un señor que tiene el oficio de escribir, como otro de fabricar casas. No, señor. No es posible. Usted dice: «No, no se molesten». Y una vez la silla allí, camisetas de futbol usted se sienta y sigue charlando. Está, después, la otra silla, silla conventillera, silla de «jovies» ta¬nos y galaicos; silla esterillada de paja gruesa, silla donde hacen filosofía barata ex barrenderos y peones municipales, todos en mangas de camise¬ta, todos cachimbo en boca. Lo miraba al gigante con los ojos y la boca abiertos. Una vez que el Con¬greso esté constituido y que todas las instituciones marchen como deben yo no pondré ningún inconveniente al cumplimiento de mis compromisos.
Esto es el barrio porteño, barrio profundamente nuestro; barrio que todos, reos o inteligentes, llevamos metido en el tuétano como una bruje¬ría de encanto que no muere, que no morirá jamás. Bajo un techo de estrellas, diez de la noche, la silla del barrio porte¬ño afirma una modalidad ciudadana. Y este es otro pedazo del barrio nuestro. Los que hasta entonces no habían imaginado que pudiera haber otra propiedad útil que las de los valles o las orillas de los ríos, se vieron de repente con un terreno inmenso que cultivar con ventajas: redóblanse los esfuerzos de los labradores hacia tan precioso y rápido arbitrio de fortuna; la industria multiplica la prosperidad e inmediatamente se ven elevados a la clase de propietarios útiles los que no lo hubieran sido quizá sin la lisonjera perspectiva que presentaba a la provincia la introducción de este importante cultivo. Reconocerán ustedes con justísima razón, aplacé el ma¬trimonio hasta que me ascendieran. Pensé hacer una nota con el asunto; luego otros temas me hicieron ol¬vidarlo, hasta que el otro acto me lo recordó.