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Tata Dios descansó en día domingo, porque estaba cansado de haber hecho esta cosa tan complicada que se llama mundo. Siguió su viaje sin complicaciones, gracias a Dios. Después de este papanatas, hay otro hombre del sábado, el hombre triste, el hombre que cada vez que lo veo me apena profundamente. Creo que el domingo es aburrido de puro viejo y que el sábado inglés es un día triste, con la tristeza que caracteriza a la raza que le ha puesto su nombre. El vistoso y elegante arco que forma su centro vióse como por encanto coronado de fuego. Había emergido bostezando para atraparme, una serpiente «guío», corpulenta como una viga, que a mis tiros de revólver se hundió removiendo el pantano y rebasándolo en las orillas. A veces, cuando estoy aburrido, y me acuerdo de que en un café que conozco se reúnen algunos señores que trabajan de ladrones, me encami¬no hacia allí para escuchar historias interesantes. Hay una rueda de amigos en un café.

Lo único que pide es que no lo molesten, y lo único que desea son los cuarenta centavos diarios, veinte para los cigarrillos y otros veinte para tomar el café en el bar donde una orquesta típica le hace soñar horas y horas atornillado a la mesa. Algún portero juega al mus con un lavapisos a la orilla de una mesa. Caminaba yo un sábado por una acera en la sombra, por la calle Alsina -la calle más lúgubre de Buenos Aires- cuando por la vereda opuesta, por la vereda del sol, vi a un empleado, de espaldas encorvadas, que caminaba despacio, llevando de la mano una criatura de tres años. Allí hace falta el sol, que es, sin duda alguna, la fuente natural de toda alegría. Te suplico encarecidamente Arturo que, dejando aparte tus bombásticas frases y locuras, te espliques con seriedad: ¿qué opinas tú de la falta á los fuegos, de Camila?

Pero ¿qué han hecho, durante los seis días, todos esos gandules que por ahí andan, para descansar el domingo? ¿Qué vas a hacer? Triste. Aburrido. Yo vi en él el producto de veinte años de garita con catorce horas de trabaja y un sueldo de hambre, veinte años de privaciones, de. Esto, según la psicología; porque, según los libros de ciencias ocultas, esas intuiciones son el producto de una vida pura, física y mental¬mente hablando. ¿Será acaso, porque me paso vagabundeando toda la semana, que el sábado y el domingo se me antojan los días más aburridos de la vida? Entre todos los de la familia que son activos y que se buscan la vida de mil maneras, él es el único indiferente a la riqueza, al ahorro, al porvenir. Y que trabajen los otros, como si él trajera a cuestas un cansancio enorme ya antes de nacer, como si todo el deseo que el padre y la madre tuvieron de un domingo perenne, estuviera arraigado en sus huesos derechos de «squena dritta», es decir, de hombre que jamás será agobiado por el peso de ningún fardo. Vi en él a Santana, el personaje de Roberto Mariani.

Y tal aspecto de satisfacción de sí mismo, que daban ganas de matarlo. Cuando yo he llegado al final de su reportaje, es decir, a esa fraseci¬ta: «Felizmente se realiza una obra depuradora en la que se hallan empe¬ñados altos valores intelectuales argentinos», me he echado a reír de bue¬nísima gana, porque me acordé que a esos «valores» ni la familia los lee, tan aburridores son. No, sin vuelta de hoja; no hay día más triste que el sábado inglés ni que el empleado que en un sábado de éstos está buscando aún, a las doce de la noche, en una empresa que tiene siete millones de capital, ¡ Puerto Cabello, habilitado por la naturaleza para contener y carenar toda la marina española, camisetas futbol 2024 fue el surgidero que eligieron los holandeses de Curazao para dejar sus efectos y llevarse el cacao. »¿Qué poder maléfico tiene el alcohol, que humilla la razón humana, abajándola a la torpeza y al crimen? Pe¬ro hasta tanto el Gobierno provisional no entregue el poder al Pueblo Sobe¬rano, super vigo yo tampoco entregaré mi libertad. Hasta los jardineros tienden a la obesidad. La bomba estalló a destiempo, y ese hombre, con las piernas destrozadas, fue llevado hasta la horca, buscando con sus ojos empañados de angustia a la madre y al pequeño Andreiev, que más tarde contaría esa despedida enorme en Los siete ahorcados.