Colocó su sombrero sobre una silla, descubriendo una cabeza sobre la cual habian dejado apenas tres ó cuatro trencitas de un cabello gris, los cincuenta ó cincuenta y dos años que habian pasado sobre él. Luego que entró en posesión de él, comisionó a su veedor Pedro Álvarez para que concluyese el establecimiento de la ciudad de la Borburata, que él había comenzado el año anterior por encargo de Tolosa, y que las continuas excursiones de los filibusteros hicieron abandonar a los pocos años. Narciso Barrera, que ha traído mercancías y «morrocotas» pa dá y convidá. Tomaronse del brazo ambos amigos y se encaminaron á la álameda, luchando con la numerosa concurrencia que despejaba la plaza y qué á manera de un enojado mar se révolvia para ir á precipitarse en las clles de la iluminada ciudad. La primera providencia con que llenó la confianza que los desalentados vecinos de Venezuela habían depositado en su administración fue el restablecimiento de la ciudad de Caravalleda. Arreglada con elegante sencillez la habitacion de la joven mostraba á primera vista, que si la persona que la habitaba carecia de los recursos necesarios para introducir en ella costosos adornos, no carecia de buen gusto.
Una mediana cuja de hierro, pintada de un color verde esmeralda y poéticamente envuelta en una muselina blanca era lo primero en que se detendria la vista, del que detuviese su planta en el dintel de la puerta. Mas al decirme que Alicia y Griselda eran dos vagabundas y que con otras mejores las reemplazaríamos, estalló mi despecho como un volcán, y saltando al potro, partí enloquecido para darles alcance y muerte. El primer amor: como el segundo, el tercero y el centésimo, es amor, y al decir amor, ya comprenderás que quiero decir, desconfianzas, torturas, celos infundados, necedades y toda esa maldita sabandija que no tiene otra mision en este valle de lágrimas que la de revolver los ardientes cascos de los pobres enamorados. La vieja Sebastiana, arrugada como un higo seco, de cabeza gris y brazos temblorosos, nos alargó sendos pocillos de café amargo, que ni Alicia ni yo podíamos tomar y que don Rafo saboreaba vertiéndolo en el platillo. Entró esta, y abriendo el cajon de su mesa, estrajo de él su costura, acercó una silla, aproximó la luz, camisetas futbol baratas y dando la espalda á la puerta inclinó su graciosa cabeza y empezó su labor. Al ruido que este hombre causó al entrar, la costurera volvió vivamente la cabeza y como movida por un resorte se puso de pié, lanzando sobre el desconocido una mirada fulminante.
Cinco minutos despues presentóse en la habitacion un hombre envuelto en una ancha capa. Esta tarde fuí á casa de Camila y alli estaba ese hombre. Sólo restaré algo para ciertos gastos de Alicia y para pagar nuestra permanencia en esta casa. Hasta en el acento de Alicia encontraba la despreocupación de quien cuenta con el futuro, sostenido por la abundancia del presente. Y tan disimulado, y tan hipócrita y tan servil -apuntaba Alicia. ¿Qué quieres decir con eso Arturo? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Señor Cova ¿qué pasa? Dejaremos proseguir su camino al enamorado Cárlos y su amigo el alegre Arturo y nos trasladaremos con el paciente lector á una casa de pobre apariencia situada en una de las lóbregas calles inmediatas á la plaza de la Concepcion. Nó, Arturo. Esta vez por mi desgracia, no son infundados los atroces celos que me roen el alma, esta vez no son meras desconfianzas, los tormentos que hacen de mi ecsistencia un continuo martirio.
En el primero á mas de algunas ordinarias aunque bien cuidadas plantas, había una puerta à la derecha que daba entrada á una espaciosa sala. Un mediano espejo con marco de caoba, pendia de la pared de la derecha sostenido por un gracíoso moño de una cinta de celeste raso. De la pared de la izquierda de este pendia un viejo farol, cuyos vidrios en su mayor parte rotos, estaban reemplazados por pedazos de papel, sugetos con obleas y que servian en ese momento para resguardar del viento á una pequeña y moribunda llama, que relampagueaba en el centro y cuyos débiles rayos eran el último resto de la pobre iluminacion que apenas habia durado una hora. Le regalé un ramo de flores y la medalla que nos habian distribuido en la plaza. En seguida sacó de uno de sus bolsillos, un perfumado billete, lo colocó en el ropero, tomando las flores del florero se caló su sombrero y despues de envolver su rostro en el emboce de su capa salió precipitadamente à la calle. Tal dijo una mujercilla, halconera de rostro envilecido por el colorete, cabello oxigenado y brazos flacuchos, puestos en jarras sobre el cinturón del traje vistoso.
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