Trescientos hombres salieron de Guayana, de los cuales volvieron a los pocos días treinta esqueletos que demostraban sobradamente las horribles miserias de que habían sido víctimas sus desgraciados compañeros. Con trescientos hombres que reclutó en la isla de Margarita y en la gobernación de Caracas atravesó los Llanos, y después de algunos sangrientos encuentros con los palenques pasó el Unare, costeó el Uchire, salió a la playa, y se dirigió por ella al pueblo de San Cristóbal de los Cumanagotos para empezar desde allí su derrota. Los indios no perdonaron ninguno de los medios que estaban a su alcance para oponerse a los designios de los españoles: tomaron las armas, envenenaron las aguas, cortaron los víveres, y Fajardo, después de haber perdido a su madre en estas turbulencias, tuvo que darse por bien servido de haber podido ganar en el silencio de la noche la playa y volver a embarcar con los suyos para la Margarita. Tan obstinada resistencia hizo a Losada variar la resolución en que estaba de no poblar hasta haber concluido la conquista y tener asegurada con ella la tranquilidad. Esos caprichos de este Barrera sí que me hacen gracia. ¿De dónde salió este sujeto? Bastará que yo, con este vestido blanco, me asome al tranquero para que la torada «barajuste».
En ese momento, interrumpiéndose el palique, avanzaban en animado trío, Alicia, la niña Griselda y un hombre elegante, de botas altas, vestido blanco y fieltro gris. Y ese whisky y ese perfume, ofrendas humildes de quien no tiene, fuera de su corazón, más que ofrecer, camisetas de futbol 2024 estaban destinados a corroborar la ferviente adhesión que les profeso a los dueños de casa. Ora se le ha encajao la idea de conseguí unas esmeraldas y les ha puesto el ojo a las de mis «candongas». Pero, cuitados o dichosos, debíamos serlo en grado sumo, para que más tarde, si la fatalidad nos apartaba por diversos caminos, nos aproximara el recuerdo al hallar abrojos semejantes a los que un día nos sangraron, o perspectivas como las que otrora sonrieron, cuando teníamos la ilusión de que nos amábamos, de que nuestro amor era inmortal. Pero con los asilados de Venezuela que la infestaban como dañina langosta, no se podía vivir. Las ventajosas relaciones que Colón hizo en la Corte del país que hoy forma la provincia de Venezuela excitaron la codicia de Américo Vespucio, que se unió a Alonso de Ojeda, comisionado por el Gobierno para continuar los descubrimientos de Colón en esta parte de la América.
Hubo momentos en que sólo se oía el ruido de los pedales y el charloteo del loro en la estaca. Ya había advertido yo que la niña Griselda traía la botella en la mano. Llevaba yo en la mano una hachuela corta, y, colgando al cinto, un recipiente de metal. Alicia, que traía en la mano su tela de labor, chillaba de entusiasmo al ver la confusión de ancas lucientes, crines huracanadas, cascos sonoros. «Yo soy tu Alicia, y me he convertido en una parásita». Aquí ta el rastro de una mula herráa, y eso no es de ley en estas sabanas, onde no hay piedra. Puée irse muy lejos y corré tierras; pero onde oiga cantá otro pájaro semejante, se pondrá triste y tendrá que volverse, porque la «guiña» tá en que viene la pesaúmbre a poné de presente la patria y el rancho y el queré olvida, y tras los suspiros tiée que encaminarse el suspiraor o se muere de pena. Y como dicen que son montes y más montes, onde no se puée andá a cabayo, ¡ Mas al decirme que Alicia y Griselda eran dos vagabundas y que con otras mejores las reemplazaríamos, estalló mi despecho como un volcán, y saltando al potro, partí enloquecido para darles alcance y muerte.
A pesar de mi semblante agresivo, el hombre no se desconcertó; mas dióle al discurso giro diverso; sucedían tantas cosas en Casanare, que daba grima pensar en lo que llegaría a convertirse esa privilegiada tierra, fuerte cuna de la hospitalidad, la honradez y el trabajo. Pero el hombre es «atravesao» y la mujé le tiée mieo dende lo acontecío en Arauca. El hombre no los aguantó má. Don Rafo y los hombres montaron, y las mujeres tán bañándose. Cabalmente, porque él me dijo después: «Si este mulatito se vistiera bien, cómo quedara de plantao y qué mujeres las que topara. Sin embargo, él pensaba volver otro día a presentarla personalmente. A lo largo de él lo bebían gentes innumerables echadas de bruces. Los cabayos resisten todavía dos carreras, o sean treinta toros cogidos, porque el jinete que pierde lazo paga multa. El huracán fue tan furibundo que casi nos desgajaba de las monturas, y nuestros caballos detuviéronse, dando las grupas a la tormenta. Y me fuí a los corrales, sin escuchar las alarmadas disculpas.